Gustavo Guersman está al frente de la Orquesta Juvenil de la UNT desde hace más de 30 años. Su historia con la música comenzó siendo muy chico y casi por casualidad. Encontró en el violín una conexión íntima que lo llevó, con los años, a dirigir orquestas de todo el mundo.
Es además bioquímico, profesión que comparte con su mujer, con quien lleva 36 años casado. Guersman entiende que “tener la batuta” no le otorga poder sino una enorme responsabilidad, y compara la formación de una orquesta con el tejido social perfecto. “Los músicos y el director trabajan por el bien común. Y ahí no tiene que haber diferencias”, resume.
Por las restricciones impuestas durante la pandemia, los ensayos y las presentaciones estuvieron suspendidos, y hace algunos días retomaron -protocolo de por medio- con algunas prácticas.
Guersman es muy crítico con la gestión de la pandemia y en especial con aquellas medidas que suspendieron el ingreso de argentinos que están en el exterior. “Es como si todo en Argentina se hubiese aformosado”, ejemplifica, en alusión a las denuncias presentadas en la provincia de Formosa, donde algunas personas dicen haber sido afectadas por restricciones al acceso a la provincia, detenciones y uso abusivo de la fuerza durante la pandemia.
“No veo las horas de que todo esto termine para reencontrarme con mi familia”, cuenta el Maestro, que tiene a dos de sus hijos en el exterior y no puede verlos desde hace más de dos años. “No entiendo la lógica con la que se toman algunas decisiones en este país. Veo que no hay sentido común”, remarca.
Por eso, quizá, Guersman mira con interés la política y no descarta involucrarse más adelante.
- ¿Cómo te definís y en qué momento de tu vida empieza tu carrera profesional?
Soy apasionado y curioso. Se ha dado que ambas, la música y la ciencia, me elijan. Siempre me ha parecido maravillosa la característica del ser humano de aprender, conocer y reflexionar.
La historia comienza como en toda casa. Estudiaba, y mientras lo hacía empecé con la guitarra, tocando en reuniones familiares. Pero una vez, a los 12 años, me propuse hacerlo en serio y me fui a inscribir en la Escuela de Artes Musicales de la UNT; como no había vacantes, me anoté en violín. Y fue amor a primera vista.
- ¿Qué te conectó con el violín?
El sonido es maravilloso porque impacta en lo sensorial. Siempre me ha asombrado el hecho de que la música te invada sin pedir permiso. Uno escucha música y no puede evitar hacerlo. La música penetra por todos los poros y es capaz de remontarte a recuerdos, a lugares o momentos claves. Tiene ese poder.
- Además sos bioquímico...
Sí. Cuando empecé no pensé jamás que la música iba a ser mi profesión o que iba a vivir de ello. Pero fue creciendo, y en paralelo tenía que elegir qué estudiar. A mí la química me había gustado siempre, quizá por mi abuelo. Así que hice las dos en paralelo.
- ¿Y qué tienen en común?
Creo que la pasión por conocer es igual en ambas. Y en ninguna de las dos hay grises, son dos disciplinas de mucha exactitud. En lo musical no se está más o menos afinado. Estás o no. Y en la ciencia pasa lo mismo.
Pero además, creo que en los dos casos hay una profunda búsqueda de la verdad. A mí me apasiona el camino. Es importante saber qué vas buscando para entender qué vas descubriendo. Creo que el camino es lo que define esta elección. El arte es búsqueda constante y la ciencia, también.
- En ese camino llegaste a ser director. ¿Era algo que te habías planteado?
Ha sido una consecuencia natural, no lo he buscado. Se fue dando, junto con colegas por los proyectos que fuimos generando. Pero estando en Europa quedó vacante el cargo en la Orquesta Juvenil de la UNT. Cuando volví me ofrecieron ser el director.
- ¿Creés que los cargos de director de una orquesta deberían ser concursados?
Yo creo que no hay un solo modelo. Es un tema muy profundo para debatir. Desde lo conceptual es maravilloso decirlo. Pero no siempre dos más dos es cuatro.
Hay orquestas que han funcionado muy bien con director elegido por los músicos; otras con directores seleccionados por concurso o designados por las autoridades. Los músicos son muy importantes en ese engranaje, y es fundamental que haya empatía entre ellos y el director.
- ¿Pueden los músicos boicotear a un director?
Si, y hay historias en todo el mundo. Pero es cierto que el del director es uno de los pocos cargos de liderazgos casi verticalistas. No es transversal, porque finalmente quien tiene la última palabra en lo artístico es el director. Y tenés un grupo humano numeroso que confía, o debería hacerlo, en esa persona. Si eso no pasa, no funciona lo que están buscando. Pienso que una orquesta es un ejemplo claro de lo que sería un tejido social ideal. En una orquesta, con hasta 120 personas, todos tienen que trabajar por el bien común. Y ahí no tiene que haber diferencias.
Lo veo cotidianamente. Es un momento mágico trabajar con una orquesta, porque el director tiene la responsabilidad de hacer que todo encaje como en un rompecabezas con su idea estética y genuinamente respetada por los músicos. Si el músico no cree en su director no pueden lograrlo.
- ¿Cómo es el vínculo del director con el poder? Esta idea de tener la batuta...
El verdadero poder es aquel que se ejerce de manera genuina, producto de la confianza en esa persona. Quien tiene el poder es alguien que da el ejemplo, no es contradictorio, tiene formación, sabe lo que quiere y toma decisiones. Y si tenemos eso, es un poder bien ejercido. No va a sobrepasar a nadie. Ser poderoso es generar el bien común y eso se ve en una orquesta.
- Hablemos de tu familia...
Con mi mujer nos conocemos hace 36 años. Tengo tres hijos, de los cuales dos no están en el país y no podemos verlos desde hace mucho. Esto de gestionar la incertidumbre se me ha hecho muy complicado. Ellos se fueron a desarrollar su profesión. Uno está en Londres y trabaja como actor, y el menor es administrador de empresas y músico, también.
Que no estén acá no es nada fácil. Todos los días espero que esto pase para poder reencontrarme con mi familia. Ya no sabemos cuándo podrán volver.
- ¿Qué opinás de la decisión del Gobierno de imponer limitaciones a quienes se encuentren fuera de Argentina?
Hay cosas que no termino de entender. Me parece increíble que alguien no pueda regresar a su casa. Es como que se hubiese “aformosado” todo. Ahora, todos somos Formosa; no comprendo los criterios y la lógica con la que se toman las decisiones. Alguien me decía que el desafío más grande hoy es el sentido común, pero es el menos común de todos los sentidos. No puede ser que haya gente varada afuera.
- Ahora que estamos en campaña, ¿qué sentís cuando ves que la cultura no es prioritaria en las plataformas o propuestas de gobierno?
La cultura siempre ha sido el último orejón del tarro para los políticos. Puedo llegar a entender que hay prioridades, como el hambre, la pobreza, el trabajo, el estímulo para las PYME. Pero hay una realidad, y es que la cultura, la música y las artes son nutrientes tan importantes como el alimento. Y parte de respetar al pueblo es darle eso.
Creo que el arte, la cultura y la educación deberían ser excluyentes.
Por eso, les pido a los políticos que hagamos de este país un lugar que produzca y que funcione.
- ¿Te gustaría participar en política?
Me ofrecieron alguna vez y sí me gustaría, pero creo que seria dificil para mí. Hay que tener un callo bien armado en la piel para bancarse la maquinaria de la política, por lo menos lo que uno ve de afuera. No lo descarto.